miércoles, 7 de marzo de 2012

La nunca, memoria intacta


Entendí ahora porqué te hablaba, porqué nos tomábamos de las manos o porqué nos abrazábamos. Descubrí porqué discutíamos, porqué nos reíamos o porqué juntos llorábamos, descubrí porque amamos. Y era tan evidente que es mejor ni recordarlo, porque es algo de todos los días, de cada momento, de cada segundo, de cada respiración, de cada exhalación, de cada suspiro y de cada lamento, de cada susurro y de cada escalofrío... ahí estaba la razón. Construir  esa era la base de todo, todo comenzaba y termina ahí, en dejar rastro (no para los que vendrán, ni tampoco de aquella memoria colectiva... o quizás sí) pero no para los demás, dejar nuestro propio rastro para podernos atar. Porque la volatilidad es infinita y el alma no aguanta tanto, el cuerpo no es suficiente ancla, no tiene el peso suficiente para atar el alma, no... necesitamos entonces recordar, de vez en cuando lo que hemos logrado, recordar lo que hemos trabajado para así no dejarlo a medio camino, llorar con desconsuelo, reír a destajo, odiarlo a él, odiarte a ti, odiarla a ella... no se trata de oposición, no es odiar para amar más intensamente, no es sufrir para sentirse más feliz, es sentir para recordar que sigues acá, es querer para recordar que sigues acá, es recordar para amar que sigues acá. Cuando ya no queda memoria no hay vasija que contenga el alma, cuando no hay recuerdo no hay atadura que te mantenga firme, pues cuando no hay rastro sólo queda la nostalgia.

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